La semana pasada os empece a colgar los relatos del I Certmaen de Relato Corto Ramón Molina Navarrete
del Excmo ayuntamiento de Villanueva del Arzobispo.
Publicamos los dos accesit y el tercer premio.
Esta semana os dejo los dos primeros premios, empezando por Espuma, un relato excepcional de Araceli Najar García, una joven de Villacarrillo y que tiene fuertes raices en Villanueva, ya hemos disfrutado de su arte
en los diversos escenarios de la localidad, Araceli es una gran actriz y lo demuestra haciendo teatro en Villanueva siempre que puede.
Esta vez nos muestra su faceta de escritora y nos sorprende con un relato que cautivo a tod@s los miembros del Jurado, que disfruteis.
Espuma________________________ Araceli Najar García
El quejumbroso lamento del mar hizo que se encogiera asustado. Apenas sentía nada, y no era capaz de reaccionar. Sólo sabía que tenía miedo. Mucho miedo. Ya no le importaban más los suplicios del viaje, sólo quería que la infinidad del mar diese a su fin, sentir la tierra entre sus dedos, arrodillarse en el suelo, y dejar de sentir en la piel la pegajosidad del mar.
Miedo.
Era tal el sufrimiento de su alma, que ya nada lo consolaba. Las lágrimas, en vez de serenar su ser, le quemaban en el rostro. De nada le servían sus roncos quejidos, pues iba perdiendo la fuerza con cada suspiro. Sólo le quedaba esperar, acurrucado en un rincón de la maltrecha balsa, viendo pasar los días, notando como cada poro de su piel envejecía en cada segundo.
Impotencia.
La sed se había transformado en un mortífero veneno que corroía sus entrañas. Y el hambre, era ahora una bestia inhumana que le arañaba por dentro. Ya no sentía frío, sino el dolor de sus músculos agarrotados. Él no recordaba lo que era sentir sueño, pues ya ni siquiera pestañeaba, hipnotizado por el vaivén del monstruoso océano.
Sufrimiento.
Sus labios, rajados, sangrantes y amoratados, susurraban incoherencias. Su corazón palpitaba violentamente contra su pecho, con horror, y transportando con cada latido la agonía a todas las ramas de su cuerpo. Su piel negra, se pegaba al rostro, demacrada y mustia. Las gotas de sudor se deslizaban por su frente, y la fiebre hacía que delirase. Se veía, dentro del ensueño de su delirio, con su familia, feliz, a salvo y vivo.
Añoranza.
Y notaba el frío calándosele en el cuerpo, congelando sus huesos. Y el agua, azotando su rostro, mojando su ropa raída, rota y sucia. Y el mar, su enemigo, violento, arañaba con ira y odio a la patera, que no resistiría por mucho tiempo.
Terror.
A su lado, podía ver a otros como él, almas en pena, perdidas e indefensas. Gente como él, con las pupilas dilatadas febrilmente por aquel miedo enfermizo, con los ojos desenfocados mirando al negro vacío de las olas del mar, con una pequeña llama de engañada esperanza sosteniendo su esqueleto y su espíritu.
Esperanza.
Oía los chillidos desesperados de las mujeres, algunas débiles, delgadas, desnutridas; y otras con los miembros hinchados, sintiendo punzadas dolorosas en el vientre, donde se engendraba una criatura que flotaba entre los líquidos de la vida, ajena al sufrimiento, al sufrimiento de su madre.
Angustia.
Y las náuseas se retorcían en sus entrañas al notar, una vez, más, el putrefacto hedor, de otros como él, que no tuvieron tanta suerte, que desafiaron al mar, que su estrella no brillaba aquel día, y que ahora se descomponían lentamente entre las turbias aguas de la muerte.
Agonía.
El viento cambió de camino, se enturbió y se volvió peligroso. Las aguas, rabiosas, se agitaron con furia. La balsa se zarandeó, y osciló entre la salvación de sus vidas y la profundidad de la muerte. Todos gritaron asustados y se removieron con brusquedad. Él se quedó agazapado, pero alguien le golpeó la cabeza y acabó con una mejilla pegada en la patera, inmóvil, empapándose del agua que se colaba por una ranura. No le quedaban fuerzas, no le quedaba aliento, no le quedaba esperanza. No le quedaban sueños.
Justo antes de perder el sentido, creyó ver una luz en la lejanía…
***
El sol acicalaba sus rasgos, puliéndolos con un dulce brillo. Su tez morena tenía un aspecto sombrío. Sus ojos, dos pozos negros, se perdían por el horizonte. Sus manos estaban apoyadas en la arena y el agua del mar las acariciaba. Su apariencia se mostraba serena. Pero, por dentro, aún había rastro del horror de aquella experiencia que se quedaría grabada en su vida.
Aún recordaba el miedo.
Todo había pasado ya. Pocos se salvaron. Algunos se recuperaron, otros no. Algunos como él prosperaron en la vida, otros se hundieron en la miseria. Algunos sonreían a veces, otros no sonreirían jamás. Lo sabía y eso le enfurecía. La vida era muy injusta, odiosamente injusta.
Pero todos tenían el horror, la tristeza, la angustia, la impotencia y el sufrimiento, vivos en el corazón. Tal vez nunca morirían. Tal vez siempre le atormentarían. Pero no quería pensarlo.
Y observó las olas, que llegaban a la orilla y chocaban contra las rocas, convirtiéndose en espuma. Espuma, que ahora le acaricia dulcemente, pero que había llegado a ser su mayor tortura. Nunca lo olvidaría.
Espuma.